Sunday, July 30, 2006

Gracias por la Lopre

DICEN que los buenos libros hacen escribir. Eso en primer lugar. Desde la primer hoja unas ganas terribles de sentarme a escribir mi historia... contárselas en esa ronda nocturna, entre tejidos y mates... ganas terribles de decir que sí... quién sabe por qué... pero el sí es afirmación. Y este relato es antes que nada, una gran respuesta para mí. Responde tantas preguntas... que no puedo dejar de llorar. Me responde a la pregunta de dónde hubiera estado yo si... y aunque hubiera no existe... se que estuve ahí... porque las preguntas son las mismas.
Llegué al libro buscando alguna autobiografía para dar un curso sobre la Historia de vida. A la segunda hoja me declaré enferma, me encerré en mi casa, y no hice nada más que leerlo.
La idea de escribir para mí, si bien siempre me atrajo, está asociada a la muerte: escribir antes de la muerte... ponerle sentido a la vida... algo así. La escritura como la relata Soriano me es ajena completamente, y tampoco quiero conocerla. Amo la escritura como algo del más allá. Como la posibilidad que mis manos sean manejadas por fuerzas ajenas y hermosas... que me vuelven hermosa, a su vez. Sí, muy romántica.

Muchas veces me digo y me pregunto qué sería de este país, de esta sociedad, de este barrio si los 30.000 estuvieran vivos... la política desde que empecé a conocerla y ejercerla en la escuela secundaria tuvo que ver con reivindicar esa otra lucha: la lucha de los que ya no estaban... sin embargo, con tanto dolor de por medio, era imposible vislumbrar algo más que dolor y un profundo silencio al que me llamaba cualquier relato. La lectura temprana del Diario del Juicio (tenía alrededor de doce años) me impactó tanto que hay relatos que nunca más, justamente, se fueron de mi mente. Los 30.000 se transformaron en relatos de horror tal que me era imposible siquiera verlos humanos... mucho menos buscar alguna diferencia, algún matiz que los humanizara y los diferenciara unos de otros. El negro lo cubría todo.

A su vez, en mi práctica política, aparecieron también los “deber hacer” por encima del deseo y de las ideas propias... el “centralismo democrático” como el “menos peor” de los sistemas de organización que siempre me dejaban hablando (en discordancia) mientras otros decidían.... no tarde mucho en entender que mi práctica política iba a ser mucho más solitaria de lo que había imaginado. Sin embargo también llegaron años (en la Facultad) donde pude compartir esta “política del deseo”... donde nos encontramos amando y jugando, libres, inocentes. Creo que es el período de mi vida que más añoro.

Este libro me permitió encontrarme con personas detrás de las siluetas y los nombres. Me permitió ponerle colores y olores a una historia, más allá de la tortura y el horror. No saben lo saludable (curativo) que me resulta enterarme de la risa y la diversión en medio del encierro. Me permite reconocerme en esa historia... si no se me hacía imposible verme ahí... se me volvía imposible haber sido parte... me faltaba una parte de la historia. Ahora vuelve la dimensión humana de los desaparecidos y los detenidos...

Aprendimos algunas cosas a un precio altísimo. Que no todo era blanco o negro, por ejemplo. Y esta historia es testigo de esta certeza. Los buenos y los malos... tan desdibujados desde adentro de un pabellón... el verticalismo que vuelve a imponer un nuevo orden... un nuevo sectarismo... la hipótesis del enemigo delineada una y otra vez por la cúpula... Cuánto dice el hecho que los grupos organizados se negaban a leer el diario junto con las otras... como si alguna opinión que no fuera autorizada podría contaminar al resto... La vigencia de este pensamiento y estos sectarismos es impresionante. Negarse a pensar por sí mismos es quizás una de las formas en que el fascismo sigue vigente en la sociedad. Aceptar que los problemas que acarreamos se resuelven con más “seguridad”, es una de esas falacias. Cocinadas y masticadas. Listas para digerir.


Hoy busco construir un espacio donde el análisis, la política y el amor tengan un ámbito común... y me encuentro todo el tiempo con personas que o bien sólo quieren dar órdenes o con personas fascinadas por recibirlas... me digo una y otra vez que soy una oveja negra. Pero lo que más me duele es la incomprensión. La cara con que me miran. Esa expresión que mezcla el miedo, la moralina, la venganza... esa expresión de los que a pesar de poner la letra “K” en todos lados (la “k” anarquista) y cortarse el pelo a lo punkito, no dejan lugar para la pregunta. Hay sólo fórmulas a seguir... NO es preciso inventar nada!!!??? El espejo que ven no les gusta. Me hechan.


Este libro me hizo encontrar una amiga. Una otra aturdida por el pensamiento pero nunca dispuesta a cerrarlo. Alguien que me dice que no estoy sola. Y eso es lo mejor que me podía pasar hoy. Gracias.

Por otra parte, Graciela, tu historia siempre fue para mí el rostro de la injusticia. Mi vieja siempre me contó tu historia. Y como la de mi tía con los zapatos de mi tío en la mano en la calle Richieri, porque se lo habían llevado descalzo, son las imágenes que tiene para mí el Proceso Militar. Y sin embargo, también me imagino ese pertenecer sin pertencer, haber sido “presa política” sin haber sido “militante política”, cuántas aclaraciones dolorosas debieron hacer falta para contar tu historia. Yo no se por qué me siento tan implicada en esta historia pero este libro es como una revancha. Es la vuelta del destino que trae consigo una brisa cálida y fresca. Y yo no puedo dejar de llorar. Gracias de nuevo.

Andrea Paoloni
(Es rosarina, y tiene 34 años)