Sunday, July 30, 2006

Gracias por la Lopre

DICEN que los buenos libros hacen escribir. Eso en primer lugar. Desde la primer hoja unas ganas terribles de sentarme a escribir mi historia... contárselas en esa ronda nocturna, entre tejidos y mates... ganas terribles de decir que sí... quién sabe por qué... pero el sí es afirmación. Y este relato es antes que nada, una gran respuesta para mí. Responde tantas preguntas... que no puedo dejar de llorar. Me responde a la pregunta de dónde hubiera estado yo si... y aunque hubiera no existe... se que estuve ahí... porque las preguntas son las mismas.
Llegué al libro buscando alguna autobiografía para dar un curso sobre la Historia de vida. A la segunda hoja me declaré enferma, me encerré en mi casa, y no hice nada más que leerlo.
La idea de escribir para mí, si bien siempre me atrajo, está asociada a la muerte: escribir antes de la muerte... ponerle sentido a la vida... algo así. La escritura como la relata Soriano me es ajena completamente, y tampoco quiero conocerla. Amo la escritura como algo del más allá. Como la posibilidad que mis manos sean manejadas por fuerzas ajenas y hermosas... que me vuelven hermosa, a su vez. Sí, muy romántica.

Muchas veces me digo y me pregunto qué sería de este país, de esta sociedad, de este barrio si los 30.000 estuvieran vivos... la política desde que empecé a conocerla y ejercerla en la escuela secundaria tuvo que ver con reivindicar esa otra lucha: la lucha de los que ya no estaban... sin embargo, con tanto dolor de por medio, era imposible vislumbrar algo más que dolor y un profundo silencio al que me llamaba cualquier relato. La lectura temprana del Diario del Juicio (tenía alrededor de doce años) me impactó tanto que hay relatos que nunca más, justamente, se fueron de mi mente. Los 30.000 se transformaron en relatos de horror tal que me era imposible siquiera verlos humanos... mucho menos buscar alguna diferencia, algún matiz que los humanizara y los diferenciara unos de otros. El negro lo cubría todo.

A su vez, en mi práctica política, aparecieron también los “deber hacer” por encima del deseo y de las ideas propias... el “centralismo democrático” como el “menos peor” de los sistemas de organización que siempre me dejaban hablando (en discordancia) mientras otros decidían.... no tarde mucho en entender que mi práctica política iba a ser mucho más solitaria de lo que había imaginado. Sin embargo también llegaron años (en la Facultad) donde pude compartir esta “política del deseo”... donde nos encontramos amando y jugando, libres, inocentes. Creo que es el período de mi vida que más añoro.

Este libro me permitió encontrarme con personas detrás de las siluetas y los nombres. Me permitió ponerle colores y olores a una historia, más allá de la tortura y el horror. No saben lo saludable (curativo) que me resulta enterarme de la risa y la diversión en medio del encierro. Me permite reconocerme en esa historia... si no se me hacía imposible verme ahí... se me volvía imposible haber sido parte... me faltaba una parte de la historia. Ahora vuelve la dimensión humana de los desaparecidos y los detenidos...

Aprendimos algunas cosas a un precio altísimo. Que no todo era blanco o negro, por ejemplo. Y esta historia es testigo de esta certeza. Los buenos y los malos... tan desdibujados desde adentro de un pabellón... el verticalismo que vuelve a imponer un nuevo orden... un nuevo sectarismo... la hipótesis del enemigo delineada una y otra vez por la cúpula... Cuánto dice el hecho que los grupos organizados se negaban a leer el diario junto con las otras... como si alguna opinión que no fuera autorizada podría contaminar al resto... La vigencia de este pensamiento y estos sectarismos es impresionante. Negarse a pensar por sí mismos es quizás una de las formas en que el fascismo sigue vigente en la sociedad. Aceptar que los problemas que acarreamos se resuelven con más “seguridad”, es una de esas falacias. Cocinadas y masticadas. Listas para digerir.


Hoy busco construir un espacio donde el análisis, la política y el amor tengan un ámbito común... y me encuentro todo el tiempo con personas que o bien sólo quieren dar órdenes o con personas fascinadas por recibirlas... me digo una y otra vez que soy una oveja negra. Pero lo que más me duele es la incomprensión. La cara con que me miran. Esa expresión que mezcla el miedo, la moralina, la venganza... esa expresión de los que a pesar de poner la letra “K” en todos lados (la “k” anarquista) y cortarse el pelo a lo punkito, no dejan lugar para la pregunta. Hay sólo fórmulas a seguir... NO es preciso inventar nada!!!??? El espejo que ven no les gusta. Me hechan.


Este libro me hizo encontrar una amiga. Una otra aturdida por el pensamiento pero nunca dispuesta a cerrarlo. Alguien que me dice que no estoy sola. Y eso es lo mejor que me podía pasar hoy. Gracias.

Por otra parte, Graciela, tu historia siempre fue para mí el rostro de la injusticia. Mi vieja siempre me contó tu historia. Y como la de mi tía con los zapatos de mi tío en la mano en la calle Richieri, porque se lo habían llevado descalzo, son las imágenes que tiene para mí el Proceso Militar. Y sin embargo, también me imagino ese pertenecer sin pertencer, haber sido “presa política” sin haber sido “militante política”, cuántas aclaraciones dolorosas debieron hacer falta para contar tu historia. Yo no se por qué me siento tan implicada en esta historia pero este libro es como una revancha. Es la vuelta del destino que trae consigo una brisa cálida y fresca. Y yo no puedo dejar de llorar. Gracias de nuevo.

Andrea Paoloni
(Es rosarina, y tiene 34 años)

Sunday, June 11, 2006

En tiempor presente. Testimonio

Memorias de una presa política", de La Lopre.
Norma, Buenos Aires, 2006, 335 páginas
Osvadlo Aguirre / Rosario, La Capital - Domingo 11 de junio de 2006
Graciela Lo Prete llegó a París a fines de 1977. Unos meses antes había sido liberada por la dictadura militar, después de pasar dos años en prisión. Tenía un manuscrito que había empezado a escribir en la cárcel y en el que continuó trabajando. Seguía en Francia y seguía con su manuscrito el 19 de agosto de 1983, cuando se suicidó, tres meses antes de cumplir cuarenta años.Lo Prete, o La Lopre, como la llamaban sus compañeras, no alcanzó a terminar su libro. El relato concluye en la mitad de la transcripción de una carta donde su compañero le cuenta un sueño. No se sabe cuál era el plan de la obra, hasta dónde se extenderían sus memorias. Pero más allá de los interrogantes y del final abrupto, no parece haber ningún defecto de composición: al contrario, desde el primer momento el texto impone un registro notable, extraordinariamente intenso y rico en observaciones y detalles, de la experiencia de las presas políticas durante los años 70.El relato, organizado en dos partes, transcurre en la cárcel de Villa Devoto entre julio de 1975, cuando Lo Prete cae detenida, y febrero de 1976. Un período breve, pero tan cargado de acontecimientos que parece extenderse mucho más allá en la lectura. La mirada de la narradora, aquello que hace únicas a estas memorias, queda en claro desde la primera impresión: "Sentí sobre la piel el algodón burdo de las sábanas como si fuera un hilo finísimo. Veía los veinte bultos de las mujeres durmiendo recortándose en la penumbra, escuchaba su respiración. Me sentí enteramente feliz".En la rutina de la prisión, en los pequeños actos solidarios, en las discusiones, Lo Prete descubre algo que la atrae. La continuidad entre su vida y la situación en que se encuentra, en principio, pero sobre todo un renacimiento. Ante las compañeras organizadas para la lectura, o los recreos, o la administración de los víveres y las comidas, "no quería perderme ningún hecho, ninguna palabra", dice, y en ese propósito está en el origen de su escritura.Loprete define su detención como un accidente. Había militado en Vanguardia Comunista, un grupo maoísta que se oponía a la lucha armada, pero estaba desligada de actividades concretas y su encarcelamiento se produjo como arrastre del de su compañero. En esa circunstancia descubre una característica común con otras mujeres. Sin embargo, la militancia es el acontecimiento central en su vida, el motivo de una entrega absoluta y el de un desencanto fundado en la comprobación, por experiencia propia, de ciertos absurdos y dogmatismos de la izquierda (en este sentido se destaca el relato de su "proletarización", cuando trabaja como obrera en una fábrica textil). "Siempre me encontré con la política cuando más preocupada estaba por darle un sentido a mi vida, o cuanto más sola estaba", dice. Es una marca de identidad, como se observa cuando su padre le propone alegar insanía para zafar de la causa judicial en que está involucrada: aceptar ese recurso hubiera sido renegar de una parte de sí misma.En la cárcel el encuentro con la política asume nuevas características. La relación con las presas del Partido Revolucionario de los Trabajadores y de Montoneros se vuelve cada vez más distante, a la vez que se endurecen las condiciones de detención. La falta de democracia, el triunfalismo, la contradicción entre "las necesidades de las organizaciones" y la de las personas que las sostienen, y la exacerbación de la vía armada son objeto de críticas que convencen por la misma razón que convence la descripción de las visitas, o de las carceleras, o de la historia puntual de una compañera: por el relato estricto de los hechos, sin consignas, sin impostaciones, con una aptitud notable para la captación de los detalles concretos, los incidentes mínimos, los gestos y las frases en apariencia comunes pero que se vuelven reveladoras."Estas memorias -explica en el prólogo Cristina Feijoó- se publican tal y como fueron encontradas; las únicas modificaciones hechas al original consisten en la sustitución de nombres propios por seudónimos, con el fin de preservar identidades". No obstante, en el epílogo son identificadas las ex detenidas que compartieron la experiencia carcelaria con Lo Prete y luego, asumiendo su libro como un legado, lo preservaron e impulsaron la edición. Lamentablemente, otros de los protagonistas -por ejemplo "César", el compañero de Lo Prete, una referencia importante- permanecen en el anonimato."Yo quería entregar algo a esas mujeres y a la vez quería manifestarme yo misma", dice Graciela Lo Prete. Ese deseo parece la clave de su relato, el don de una voz donde hablan muchas otras voces. "Memorias de una presa política" es un libro de lectura indispensable.Si quiere enviar un mensaje haciendo un comentario sobre el libro gracid@citynet.net.ar

Lo que el cautiverio se quedo

Las/12Viernes, 26 de Mayo de 2006

Por Noemi Ciollaro
LA LOPRE.

Memorias de una presa política
(Colección Militancias, Grupo Editorial Norma)

“En mi caso particular, siempre me encontré con la política cuando más preocupada estaba por darle un sentido a mi vida, o cuanto más sola estaba. Pero hacía ya años que no tenía participación concreta en ninguna organización y mi encarcelamiento era casi accidental. Lo que no era nada accidental es que tuviera siempre el mismo tipo de amistades y de relaciones amorosas.”
Así definió Graciela Lo Prete las circunstancias iniciales de su cautiverio junto a numerosas presas políticas en la cárcel de Villa Devoto, desde 1975 hasta 1977. En un estilo directo, autorreferencial y a veces irónico, la autora inició el manuscrito en la cárcel y lo continuó durante su exilio en París, hasta agosto de 1983, cuando decidió quitarse la vida. Su texto abarca desde el arribo al hospital del penal, hasta enero o febrero de 1976, poco antes del golpe militar. Un tiempo del que casi no había registro escrito.
Lo Prete fue estudiante de sociología y militante de Vanguardia Comunista (hoy Partido de la Liberación), fracción del Socialismo Argentino de Vanguardia, fundada en 1965 por Elías Semán y Roberto Cristina, intelectuales izquierdistas de orientación maoísta, desaparecidos en la última dictadura.
En diciembre de 2000, las compañeras de “La Lopre” que integraron el “rincón esquizofrénico” –punto de reunión de un grupo de detenidas dentro del pabellón donde se tejían lanas y lazos indestructibles– tuvieron acceso a su texto e interpretaron que las situaciones azarosas que lo llevaron a sus manos simbolizaban la voluntad de la autora de que se publicara. Herederas y protagonistas de los relatos, rindieron así homenaje a la mujer que recurrió a la escritura en el intento de aferrarse a la vida y encontrar su lugar en el mundo.
Siempre signada por la tensión que provoca el haber sido y ya no ser parte de una organización política, y paradójicamente por la posibilidad de observar la realidad desde un lugar menos apegado a los dogmas de la época, el texto de Lo Prete es un reflejo singular de las prácticas, costumbres, desdichas y alegrías de mujeres cuyas vidas se debatían entre el imperativo de la militancia y los sentimientos encontrados que provocaban las renuncias y los mandatos que esa actividad implicaba.
La convivencia forzada, la lejanía de los hijos y lugares de origen; los conflictos con sus parejas, en muchos casos también detenidos, y la incertidumbre sobre el futuro, sumados a las diferencias ocasionadas por los distintos enrolamientos políticos y la represión creciente, configuran en el relato el marco que dio origen a un gran gineceo, donde, más allá de la política, afloró el encuentro de cada una consigo y con las demás y el hecho de ser mujeres antes que militantes, realidad bastante negada “afuera”, y que no todas aceptaron “adentro”.
“Pero ahora estaba presa por presuntas actividades contra la seguridad del Estado, catalogada como presa política y conviviendo de la mañana a la noche con presas políticas. (...) Nuestra suerte personal dependía de un complicado engranaje de acciones políticas. (...) Debía comprender esa situación en que me encontraba de pronto, debía vivirla a conciencia.” Así Lo Prete se sumó con fervor a las actividades del pabellón, desde su lugar de “independiente”, junto a otras compañeras de posición semejante.
Lo Prete reproduce y cuestiona las costumbres, prejuicios y prácticas de la época. Los diversos roles que adopta la condición humana en situaciones extremas y cuando hay en juego cuotas de poder (real o imaginario). Las diferencias entre las militantes de base y los cuadros, entre las pertenecientes a las organizaciones armadas y las que rechazaban esa vía. La relación entre las que provenían de los sectores “pequeño-burgueses”, incluida la autora, y las que habían sido arrancadas del barrio, las provincias y los montes. Unas y otras pagaban peaje simbólico por su origen y su extracción social, en esa discusión acerca de quién realmente encarnaba la “voz del proletariado”. Aguafuertes de la militancia encarcelada, el texto de “la Lopre”.
“Yo creía que mi soledad, mi ajenidad, eran abstractas, eternas, y no lo eran. En la cárcel me sentí claramente vulnerable, necesitada de los otros, arrojada en medio de un grupo humano y obligada a permanecer allí, mi angustia perdía su calidad metafísica y se revelaba el deseo, y en esa medida pude dar a los otros lo mejor de mí misma con una alegría que antes nunca había sentido. Esa mujer fui en el HPC (hospital carcelario) y en muchos momentos de mi vida en el 29 (nº de pabellón); aun así, tajeada tan seguido por la daga del sectarismo.”
Cuentan sus compañeras que había quienes veían en Lo Prete signos de soberbia y omnipotencia, pero el texto revela a una mujer cuyo desamparo espiritual era de tal dimensión, que descubrió en el encierro un espacio donde dar lo mejor de sí y recibir el afecto que no había tenido en su infancia y que tampoco encontró en los hombres. Ni en Roberto Cristina, su ex marido, ni en César, el guerrillero con quien vivía y cayó presa, con el que mantuvo correspondencia de pabellón a pabellón en el intento de crear un futuro y un sostén mutuo.
El texto de La Lopre queda en suspenso, finaliza en una coma. Esa coma pertenece a una carta de César de las tantas que transcribe en Memorias... El le cuenta que la soñó haciendo el amor, vestida con “un traje espacial que es como un buzo de ciré plateado y suave, para protegerte del frío o por,” Esa es la coma última. Lo demás es el resto de la página en blanco y, seguramente, el advenimiento de lo que ella llamaba irónica y pudorosamente el “virus”, o el “crisón”. Ese virus que le extinguió el deseo de vivir y que había logrado conjurar en los días de Villa Devoto.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-2683-2006-05-26.html
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La vida en el penal


Página 12
Sociedad del Domingo, 02 de Abril de 2006
LAS MEMORIAS DE GRACIELA LOPRETE, LA LOPRE, PRESA POLITICA
Por Graciela Loprete
En esos meses de 1975, la comida que proporcionaba el penal no era tan mala, aunque lo más frecuente fueran los guisos con poca carne y demasiada grasa. Pero nosotras teníamos una situación privilegiada, porque al seguir con reglamento de hospital la comida que nos llevaban era la que antiguamente daban a los enfermos de la sala, preparada en el Casino de Oficiales, y no la que comían los detenidos en los demás pabellones. Por otra parte, contábamos con los fiambres, quesos, dulces y postres que nos llevaba la familia en los días de visita, y podíamos hacer algunas compras en la proveeduría del penal. Todas las detenidas que comprobaran ante el médico clínico alguna dolencia del aparato digestivo recibían la prescripción de un régimen especial que consistía en un trozo de carne o de pollo y alguna verdura. A esos platos los llamábamos “prescripciones” y a las compañeras que los recibían les fue quedando las “prescriptas”. A la hora del almuerzo o de la cena, empezaba la batalla entre María y las prescriptas. Me asombraba su celo por combatir pequeñas injusticias que a mí me pasaban completamente desapercibidas. A ella le afectaban mucho, y al final del día de vigilancia inquebrantable, quedaba rendida.Apenas había llegado yo cuando hubo una escena dramática por la cuestión de las prescripciones. Eramos 25 en la sala, y de cocina llegaban 25 porciones de comida común, más siete u ocho prescripciones para las que lo habían solicitado. Entonces, si la comida no era buena, que era lo más frecuente, sobraban platos.Pero ese día era sábado o domingo, las celadoras aparecieron con una bandeja llena de pequeñas milanesas, para las “comunes”. En la bandeja de las prescriptas, había ocho bifes de hígado asados. Ellas pidieron a la fajina del día su correspondiente milanesa, con lo que las demás no pudimos repartirnos las ocho que hubieran sobrado si las prescriptas hubieran comido el hígado. María estaba furiosa.–Eso no es justo. Las compañeras que tienen prescripción comen mejor todos los días. Nunca se les pide que repartan lo suyo o conviden porque sea más rico. Y cada vez que la comida de las demás es buena, cada vez que hay milanesas, les desaparecen de golpe las úlceras o los problemas de hígado. ¿Qué pasó ahora con las enfermas del hígado? ¿Dónde están?Yo sabía que a María, Gabriela T. no le caía muy bien. La veía demasiado fría, o suficiente, y era uno de sus blancos principales en la lucha por la justicia.–La Gabriela T. siempre hace lo mismo, se abalanza sobre lo frito, entonces se le olvidan los dolores de hígado. Pero si la comida es el guiso de cordero, ¡ah, no!, ella tiene que comerse el bifecito...Las prescriptas protestaron y nos dispusimos a sentarnos a la mesa. Yo había observado que el grupo de Montoneros y algunas militantes del otro grupo se sentaban siempre en la mesa de la izquierda. En cambio, María, Inés, Martita, Blanca y la mayoría de las tucumanas se sentaban siempre en la derecha. Decidí sentarme con las otras, no quería ser rotulada desde el primer momento, no quería cerrarme puertas atrincherándome en un solo grupo por viejas relaciones. Me senté al lado de Gabriela T. y Gabriela O.Pero la conversación no fue fácil. No había un diálogo suelto y comimos con muchos pozos de silencio. La política parecía ser, en las relaciones personales, un eje muy difícil de sortear. Pensé que habían visto mi encuentro con Inés, nuestro abrazo, mi preferencia por el rincón esquizofrénico. ¿Ya me habrían rotulado?Después de comer me reuní con mis amigas.–¡Qué tirantez que había con las chicas de las organizaciones! –les dije– ¿Es por la historia de las milanesas?–Y, no sé... –me contestó Inés–. Yo vi que te sentabas en la otra mesa y me sorprendí. Pero no te dije nada porque pensé, en fin, ella sabrá...La primera visita de mi padre me llenó de angustia.Cuando llegó la hora de la visita masculina apareció tras la reja, desde el pasillo, con la cara muy demacrada, con esas ojeras y esos hondos surcos que se le forman cuando está preocupado.Frunció el ceño y torció la boca.–¡Cómo me mandás un telegrama al negocio! ¡Allí lo abre y lo lee cualquiera!Una vez trasladada desde Coordinación Federal a Devoto, cuando pude escribirle, yo no recordaba la dirección de su departamento y le había escrito al comercio avisándole dónde me encontraba. Ya antes me había llevado comida a las dependencias de la policía, una vez que le informaron de mi suerte los familiares de una de las detenidas allí, en la celda común, que podían recibir visitas.Eso fue lo primero que me dijo. Ni cómo estás, ni preguntar si me lastimaron. Era un episodio más en una historia de treinta años y se me estranguló la garganta. Pero me contuve, le expliqué mi olvido, me esforcé por que el diálogo fuera razonable. La actitud de mis compañeras era la de comprender y hasta proteger del dolor a su familia. Ellos debían sufrir las consecuencias de algo que no terminaban de entender. Hasta tenían menos armas que nosotras para soportar nuestra prisión, las lentísimas colas previas a la visita, la requisa personal, el manoseo.–Acá me trataron como a un delincuente. ¿Por qué tengo que aguantar esta humillación? Tuve que desnudarme, hasta las bolas me levantaron.Yo trataba de aliviarle la vergüenza.–Es por política, papá. Lo acusan a César de formar parte de un grupo político. No sé si es cierto, pero en todo caso yo no tengo nada que ver. Pero vivía con él, para ellos eso es suficiente.–No apareció así en los diarios; estaban las fotografías, la noticia, daba la impresión de una banda de delincuentes. No decía “fueron apresadas por motivos políticos tales personas...”. En el negocio se me acerca la gente y me pregunta si tenés algo que ver conmigo, con nosotros, y yo no sé qué decir..., digo que no leí nada.Mi padre miraba a un lado y al otro, se quedaba en silencio. Yo trataba de distraerlo, le contaba que en el pabellón hacíamos fiestas de cumpleaños, que cocinábamos tortas, que tejíamos.Como siempre, una de las chicas se acercó y le ofreció un jarro de metal lleno de café. El lo agradeció y no lo quiso. Mi compañera le insistió y él volvió a rechazarlo. Lo tomé yo. Fumaba un cigarrillo tras otro de los que yo había solicitado a la encargada de distribuirlos, ya que a las visitas les retienen los atados en la sección. Requisa por la que deben pasar. El paquete estaba apoyado entre los barrotes. Mi tensión crecía con el paso del tiempo. Buscaba desesperadamente temas de conversación para aligerar esos momentos, pero me encontraba con su rostro crispado y su silencio. Cuando pasó la hora de la visita me sentí aliviada y derrumbada por el cansancio.

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En breve cárcel



LibrosDomingo, 28 de Mayo de 2006
En breve cárcel
El testimonio, la literatura y la construcción del retrato de una mujer misteriosa son los focos que se iluminan mutuamente en la única obra de Graciela Lo Prete. Memorias de una presa política es el relato de un cautiverio que comenzó antes de la dictadura y la metáfora de un encierro más hondo que el de un presidio.

Por Claudio Zeiger
Memorias de una presa políticaLa LopreNorma335 páginas
Dos veces, en Memorias de una presa política, se pasa por la misma experiencia: entrar a la cárcel. En la primera parte, Graciela Lo Prete cuenta la llegada a Devoto en julio de 1975. El lector advierte ya la fina capacidad de observación, la felicidad del detalle que se maneja desde la primera página. En el inicio de la segunda parte se cuenta el traslado a otro pabellón mucho más poblado (lo que coincide con el cambio abrupto del tipo de experiencia carcelaria, a tal punto que es como “volver a entrar” a la cárcel) y la precisión descriptiva impacta mucho más. No puede sino concluirse que el encierro ya ha dejado marca en algo que podría definirse como estilo: una forma intimista e introspectiva de ver la cosas, sí, muy marcada por la experiencia en carne viva de un duro núcleo de lo real (cárcel es aquí sinónimo de experiencia), da por resultado un estilo curtido. Podría pensarse en la influencia de Proust (a quien Lo Prete lee en la cárcel insistentemente junto a Simone de Beauvoir) raspada contra una superficie áspera, la magdalena mojada en mate cocido. Indudablemente asistimos en la lectura de este material inconcluso y póstumo, al nacimiento de una escritora.
Sin embargo, no se trata de resaltar aquí exclusivamente el aspecto literario de este libro y escamotear su valor y sentido testimoniales, ni de eludir los elementos de crítica explícita que contiene sobre los usos y costumbres de la militancia de los ‘70. Se trata más bien de no discernir tanto entre lo que está adentro y lo que está afuera de la literatura, lo que tiene más valor o menos valor, justamente porque ya la opción no es entre escribir una novela o hacer la revolución. Y si alguna vez esa opción existió, Graciela Lo Prete ya había hecho su balance sobre los sacrificios de la vida personal en aras de la militancia política cuando cae presa, y si bien saca sus conclusiones, sabe que en su vida ya no podrá separar la política de los afectos. La novela de la cárcel, según se lee, fue naciendo al calor de los días transcurridos dentro, fueron asuntos simultáneos, novela acoplada a la experiencia de vivir la novela. Por eso testimonio y novela aquí son lo mismo, son indiscernibles.
El sexto, la novela carcelaria del peruano José María Arguedas también empieza con la escena ineludible de la llegada al presidio de un grupo de presos políticos. Las dos diferencias notables entre estos relatos carcelarios que formarían una serie eventual, tienen que ver con la política y el género: en El sexto, los “políticos” ocupan un piso de tres, siendo ocupados los otros dos por los “comunes”, y tratan de mantener su diferencia e intervenir cuando la injusticia lleva al enfrentamiento de pobres diablos contra bestias infrahumanas. Todo ese universo de degradación queda afuera en el relato de Lo Prete; inclusive, en la primera parte hay un matiz de idealización eufórica en la vivencia del gineceo; ahí influye la diferencia de género con El sexto –universo ultramasculino hasta la homosexualidad (y donde ésta termina siendo el síntoma de la degradación)–; Memorias de una presa política es un libro entre mujeres y sobre mujeres, femenino en sus avatares y por el punto de vista. Y sobre todo mujeres políticas, militantes, o ex militantes. Los aspectos organizativos, la necesidad de disciplina, los debates entre los grupos (montoneros, ERP, las peronistas, las maoístas, las pocas sueltas), las formas de vincularse, son los temas recurrentes de la primera parte; mientras tanto Graciela Lo Prete va intercalando el relato de partes de su vida hasta llegar a un nudo del conflicto: “Siempre me encontré con la política cuando más preocupada estaba por darle un sentido a mi vida, o cuanto más sola estaba. Pero ya hacía años que no tenía participación concreta en ninguna organización y mi encarcelamiento era casi accidental.Lo que no era nada accidental es que tuviera siempre el mismo tipo de amistades y relaciones amorosas”.
El otro nudo de Memorias de una presa política –ideológico pero también fuertemente personal, según lo atestigua la cita anterior– tiene que ver con el balance de la militancia. Después del traslado, y de que los grupos mayoritarios hacen prevalecer sus razones de “funcionamiento” por sobre cuestiones más humanitarias, Graciela Lo Prete abandonará algunos merodeos retóricos previos para sonar concluyente y cerrar el círculo de la fusión vida/política: “En el pabellón se había metido el sectarismo político como una aguja de hielo, y yo había sentido, por primera vez allí, una soledad capaz
de aplastarme”.
En el epílogo, María Moreno cuenta la singular historia de este libro y el derrotero posterior de la autora a su salida de la cárcel, hasta su suicidio, en agosto de 1983. La soledad, la singularidad, el estar y no estar del todo, son rasgos de La Lopre (como la llamaban sus compañeras, como firma este libro) que se van naturalizando en la lectura a medida que avanzamos, y cobrando cada vez más nitidez. Pero cabe decir que hay un trasfondo de misterio que no se nos revela. A nosotros, de ella, nos llega este extenso e inconcluso texto donde la cárcel es materia pura y metáfora sutil. Quizá, casi seguro, Graciela Lo Prete vivió en la cárcel una experiencia liberadora, dura y autocrítica, emotiva; una metáfora de sí misma que apela a ese fragmento de cárcel que todos llevamos dentro.

Sunday, April 30, 2006

La Lopre


Memorias de una presa política relata la vida en común de un grupo de prisioneras de la cárcel de Devoto durante la última dictadura militar. Se trata del manuscrito dejado por Graciela Lo Prete, una estudiante de sociología y ex militante de la agrupación Vanguardia Comunista, quien comenzó a escribirlo en cautiverio, aún bajo el eco de esas largas conversaciones nocturnas que ni el encierro ni las noticias del horror lograron impedir. En medio de ese gineceo indoblegable, comenzó a gestarse este libro cuya escritura quedó interrumpida en 1983 cuando la autora decidió quitarse la vida. El período de escritura de este libro refuerza su valor documental y su radicalidad sin mediaciones: el texto fue escrito antes de que la memoria desplegara las estrategias interesadas y de que los relatos de la denuncia encontraran sus matrices modeladoras.La mirada inteligente -piadosa pero implacable- de La Lopre, atraviesa la experiencia carcelaria de la dictadura con la lucidez irrenunciable de una "independiente" que no acepta someterse a los dogmas de la afiliación obediente ni elude la crítica "entre compañeras".


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